Si creéis en los Dejavú, esta historia no os será del todo ajena....
Me dirigía presuroso hacia la Plaza de Castilla con dirección al trabajo cuando en ello, las incontenciones fisiológicas, ya muy presentes a mi mediana edad, empezaron a molestarme. Sin opción alguna caminé hacia los baños públicos del metro olvidando que a esa hora pululaban apabullantes, llenos de personas
desesperadas por querer entrar y salir sin mayor esfuerzo. Tras unos minutos, para suerte mía, pude entrar y saciar mi inflamada vejiga. Era tan grato el momento, tan placentera la relajación, que por unos momentos olvidé de lo trajinado que iba a ser mi día y dejé de escuchar voces, ruido; cerré los ojos olvidándome completamente de todo por breves instantes, hasta que alguien tocó con alevosía la puerta metálica. Salí. El tipo que tocaba me observó con intimidante extrañeza, me dirigí hacia la salida. Una vez fuera mi asombro fue sobremanera: todo había cambiado. Los pasillos lucían un color diferente, sucios, caóticos y bulliciosos, asimismo las personas se mostraban lúgubres e inciertas. El acento tan característico de nuestra región se notaba desaparecido en las personas que charlaban a mi alrededor.
Para sorpresa mía- o terror quizás -, alguien a quien nunca antes había conocido en mi vida me saluda de pronto,y me informa que están aguardando por mí en la oficina desde hace más de una hora. Acudo con él a un centro de labores en donde ejecuto con habilidad tareas nunca antes realizadas y al finalizar el día llego a una casa en la cual nunca había estado y, tras abrir y cerrar la puerta, me reciben dos niños que se abalanzan sobre mí, cariñosamente, y me llaman papá; así cómo una hermosa mujer, que jamás siquiera había visto o besado, y que con dulzura me llama amor.

No hay comentarios:
Publicar un comentario