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lunes, 10 de octubre de 2011
FRANk VOX
Construyo un aparato con una radio desmenuzada. Intento comunicarme con personas que alguna vez fueron importantes en mi vida y que ya no se encuentran de este lado del tiempo y mi dimensión. A duras penas cierro el aparato con ciertas piezas sobrantes. La enciendo. Y el ruido de la estática es el meollo principal de la fría noche. Muevo los sintonizadores y espero así encontrar algun nuevo sentido en aquellos sonidos entrecortados que no mueven la razón. De pronto se oye: Estoy aqui! Era claro el sentido. Me invade el miedo. Pregunto con cierta desazon: ¿Puedes repetir lo dicho? Pasan unos segundos y responde: "Estoy aqui". Mi miedo enerva la curiosidad y empiezo a creer que sudo frio. Pregunto nuevamente: ¿Me puedes decir quien eres? ¿Cuál es tu nombre? La estática deja pasar el silencio y su sonido entre cortado a la misma vocesilla chillona y me contesta: !Hola soy tu mismo desde el otro lado! !Por fin me he podido comunicar contigo! !Es un milagro, es un milagro!
domingo, 9 de octubre de 2011
AL OTRO LADO DEL MUNDO
Si creéis en los Dejavú, esta historia no os será del todo ajena....
Me dirigía presuroso hacia la Plaza de Castilla con dirección al trabajo cuando en ello, las incontenciones fisiológicas, ya muy presentes a mi mediana edad, empezaron a molestarme. Sin opción alguna caminé hacia los baños públicos del metro olvidando que a esa hora pululaban apabullantes, llenos de personas
desesperadas por querer entrar y salir sin mayor esfuerzo. Tras unos minutos, para suerte mía, pude entrar y saciar mi inflamada vejiga. Era tan grato el momento, tan placentera la relajación, que por unos momentos olvidé de lo trajinado que iba a ser mi día y dejé de escuchar voces, ruido; cerré los ojos olvidándome completamente de todo por breves instantes, hasta que alguien tocó con alevosía la puerta metálica. Salí. El tipo que tocaba me observó con intimidante extrañeza, me dirigí hacia la salida. Una vez fuera mi asombro fue sobremanera: todo había cambiado. Los pasillos lucían un color diferente, sucios, caóticos y bulliciosos, asimismo las personas se mostraban lúgubres e inciertas. El acento tan característico de nuestra región se notaba desaparecido en las personas que charlaban a mi alrededor.
Para sorpresa mía- o terror quizás -, alguien a quien nunca antes había conocido en mi vida me saluda de pronto,y me informa que están aguardando por mí en la oficina desde hace más de una hora. Acudo con él a un centro de labores en donde ejecuto con habilidad tareas nunca antes realizadas y al finalizar el día llego a una casa en la cual nunca había estado y, tras abrir y cerrar la puerta, me reciben dos niños que se abalanzan sobre mí, cariñosamente, y me llaman papá; así cómo una hermosa mujer, que jamás siquiera había visto o besado, y que con dulzura me llama amor.
Me dirigía presuroso hacia la Plaza de Castilla con dirección al trabajo cuando en ello, las incontenciones fisiológicas, ya muy presentes a mi mediana edad, empezaron a molestarme. Sin opción alguna caminé hacia los baños públicos del metro olvidando que a esa hora pululaban apabullantes, llenos de personas
desesperadas por querer entrar y salir sin mayor esfuerzo. Tras unos minutos, para suerte mía, pude entrar y saciar mi inflamada vejiga. Era tan grato el momento, tan placentera la relajación, que por unos momentos olvidé de lo trajinado que iba a ser mi día y dejé de escuchar voces, ruido; cerré los ojos olvidándome completamente de todo por breves instantes, hasta que alguien tocó con alevosía la puerta metálica. Salí. El tipo que tocaba me observó con intimidante extrañeza, me dirigí hacia la salida. Una vez fuera mi asombro fue sobremanera: todo había cambiado. Los pasillos lucían un color diferente, sucios, caóticos y bulliciosos, asimismo las personas se mostraban lúgubres e inciertas. El acento tan característico de nuestra región se notaba desaparecido en las personas que charlaban a mi alrededor.
Para sorpresa mía- o terror quizás -, alguien a quien nunca antes había conocido en mi vida me saluda de pronto,y me informa que están aguardando por mí en la oficina desde hace más de una hora. Acudo con él a un centro de labores en donde ejecuto con habilidad tareas nunca antes realizadas y al finalizar el día llego a una casa en la cual nunca había estado y, tras abrir y cerrar la puerta, me reciben dos niños que se abalanzan sobre mí, cariñosamente, y me llaman papá; así cómo una hermosa mujer, que jamás siquiera había visto o besado, y que con dulzura me llama amor.
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