Buscar este blog

martes, 14 de diciembre de 2010

LAS VIOLETAS

LAS HISTORIAS SON ATEMPORALES. UNA VIDA SIEMPRE SE REPITE DE ALGUNA MANERA EN ALGUNA PARTE DEL TIEMPO, EN DIFERENTES LUGARES O ÉPOCAS, Y UNO NO TIENE POR QUÉ SABER O IMAGINARSE SIQUIERA QUE SU VIDA TAMBIÉN HA SIDO LA VIDA DE OTROS EN ALGUN MOMENTO. ES ASÍ QUE ME ENCUENTRO CON GUILLERMO STOCK (¿QUIZÁS AHORA UN COLABORADOR INVOLUNTARIO DE ESTE ESPACIO?) DESDE SU LEJANA 1916 Y TENGO LA FORTUNA DE APRECIAR PARTE DE SU MUNDO MOSTRADA EN “EL 10 DE ENERO”. EL SIGUIENTE RELATO ES PARTE DE EL, Y PESE A SEPARARNOS UN SIGLO A CUESTAS, VI PARTE DE MI HISTORIA REFLEJADA EN SUS LINEAS.



LAS VIOLETAS


A la memoria de mi hermana
María Teresa Stock de Altgelt.


Nada puede la vida contra la muerte, y en un muerte nada existe. Pero el esposo de Alma Elvira se levantó una noche de su ataúd como un hombre vivo. No pudo, sin embargo, abrir la puerta de hierro de su sepulcro, y desesperado la sacudió gritando: “¡Yo no quiero estar aquí! ¡Yo quiero estar donde está Alma Elvira!” Los cipreses del cementerio se estremecieron. El viento se transformo en un quejido. La noche se puso a pensar con angustia. En un ámbito del espacio sonó una sentencia lúgubre:--“ ¡ Es inútil querer o no querer!” Y alma Elvira sollozaba. Otro ámbito del espacio contestó:----“ ¡Nada es imposible!” Entonces la puerta del sepulcro se abrió sola; y Alma Elvira sonreía.

Con su smoking, la cara hundida transparente, a tan altas horas nocturnas, por las calles solitarias, parece una calavera, rendido de trasnochar, que ha perdido su sombrero quién sabe cómo. “Pero Ricardo no es una calavera”, se dice Alma Elvira. En la mano lleva un ramo de violetas. ¿No son las mismas que ella había dejado esa tarde en su tumba?.......¿A dónde va? Junto a un pórtico se detiene. “Aquí reside”. Entra. Reclinado sobre una mesa duerme un hombre cuya conciencia no le ha dejado conciliar el sueño en la comodidad del lecho. Y la justicia lo ha absuelto. Ve un muerto, y tiembla. Ese muerto es Ricardo que se le acerca.!Te di una bofetada.......la merecías........tenías puños, y me pegaste un tiro....¿Estás contento ahora? ¡Por ti no existo! ¡Habla! ¡ No puedes, y yo, que soy un muerto, no puedo hablarte, y estrangularte!” El hombre siente sobre su cuello unos dedos helados. En un esfuerzo por librarse de su opresión asfixiante, despertó sin encontrar a nadie a su lado. Ricardo, ya de nuevo en la calle, llegó en un momento a cierta casita. Sacó del chaleco una llave—“¿Cómo? ¿Estaba la llave en su chaleco?”— abrió la puerta y entró. Se hallaba en su hogar, a un paso de su esposa. Latió fuertemente su corazón; sus manos se entibiaron; su color pálido de cadáver se transformó en color pálido de vida intensa.

- ¡Por fin has vuelto!— exclamó ella— buscando a tientas la caja de fósforos sobre el velador.
- - Dámela, Alma Elvira.
- Y se apresuró a encender el gas.
- Lo han cortado.
Rabiando encendió la vela.
- No te pongas de mal humor, Ricardo.
- No, no. – Pero su mal humor era visible.
Vio vacía la cuna del nene.
- ¿Dónde está?
- Aquí, hombre ciego. Desde que faltas, lo acuesto conmigo.

Ricardo permaneció de pié, inmóvil, al lado de la mesa de noche y de la cama, contemplando con mirada doliente y amorosa, ya al angelito dormido, ya a la madre del angelito enflaquecida por las penas. Ella sonreía con una alegría infinita que se desvanecía a la idea de que su visión era un sueño:
- ¡Muerto! ¡Muerto!— gritó, con vos ahogada, en una ansiedad súbita.
- ¡Calla! ....!Calla!....!estoy vivo! –exclamó él alejándose.
- ¡No te vayas! ¡No te vayas!
- No, no.
- ¿Para volver a irte luchaste por venir?
¡Qué distancia nos separaba!
- Sí, si, Alma Elvira—murmuró él.
- ¡Arrímate a mí como antes, Ricardo!

Y el se sentó a su lado. La besó. Besó al nene. La besó otra vez, y le dijo:
- Te traigo estas violetas.
- ¡Violetas de mi amor, Ricardo mío!

Y él preguntó de pronto:

- ¿Así es que has podido pagar el gas?
- No.
- También te echará el casero.

Ella le contestó en silencio pesaroso con un movimiento afirmativo de la cabeza.

- Y tengo...hambre, Ricardo.
- ¡Hasta hambre! –sollozó él, y lloró.
- Pero no llores, Ricardo. ¿No estás tú ahora?
- Tienes razón –observó, dejando de llorar. – Ya veo, ya veo, —agregó—que por mí has gastado en mis exequias todo el dinero.
- Todo no.
- ¿Qué será de ustedes, Alma Elvira, si no tengo bastante fuerza para quedarme?
- No nos abandones, Ricardo, o llévanos contigo.
- Nadie te ha ofrecido ayuda...
- Nadie, no...— Y se rió de un modo significativo.—No faltan nunca amigos fieles a la memoria de la amistad...
Él se puso de pie.
- ¡Tengo bastante fuerza para quedarme!

Caminó pensativamente por la habitación.

- Bueno, bueno,— dijo de pronto, deteniéndose— corro a buscar algunas cosas de comer... ¿y para el nene?
- Este pícaro se tomó dos mamaderas antes de acostarse, y hay más de leche.
- ¡Pobre Alma Elvira!...Bueno, bueno...
- No salgas. Nada encontrarás a estas horas.
- ¡Cómo no!...
- ¡Pero no demores!
- No. Cenaremos juntos. Y en cuanto sea de día iré a pagar el alquiler de la casa, el gas, todas las deudas.

Abrió el armario y sacó el sombrero.
- ¿Y el sobretodo?
- También esta en el armario.
Se lo puso.
- Hasta luego, Alma Elvira.
- Pero ¿Tienes dinero, Ricardo?
- ¡Vaya, qué pregunta!
- ¡No tardes, no tardes!
- No.

Ella se dijo: “!Qué Ricardo! Me ha engañado; no ha de tener dinero”. Y con este pensamiento de su mente debilitada por la tristeza profunda, se durmió esperándole, reclinando el rostro sobre la almohada, junto a las melancólicas flores que él le trajo.

Al despertar, Alma Elvira, cuando ya entraba la luz del sol por las rendijas, buscó en vano las violetas.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

por fin soy libre.
he dejado de creer que regresarias por que entendi que no lo haras.
es facil dejar a las personas cuando no son solo
ciudadanos que pasan a tu costado.
por eso se me hacia dificil dejarte.